Claro que no nos entendemos. Hombres y mujeres vivimos realidades diferentes que nos mantienen en constante conflicto; algunas tienen que ver con nuestra constitución física, pero gran parte de nuestros problemas provienen de nuestra educación.
Hablemos primero de los hombres, que han (hemos) decidido escribir no solo la historia de sus (nuestras) andanzas, amoríos y guerras, sino que además han (hemos) esculpido a sus (nuestras) deidades inspirados en sí (nosotros) mismos, al mismo tiempo que han (hemos) vendido la idea de que es al revés: ellos nos crearon a su imagen y semejanza y terminamos venerando dioses hombres y erigiendo obeliscos (penes gigantes) por todo el mundo en nombre de la bendita creación.
Así, hemos seguido siendo educados en sociedades religiosas, económicas y políticas de corte patriarcal, donde las figuras sujeto de adoración poseen poderes especiales que constantemente queremos alcanzar, deseamos tener. Esta necesidad de poder se enseña no solo a través de los diferentes libros sagrados -dependiendo la religión-, sino también en lecturas de fácil consumo, los cómics.
Entonces tenemos hombres cuyas primeras figuras de culto son seres que físicamente no existen o que tienen acceso a poderes extraordinarios y cuyo objetivo a grandes rasgos es salvar a la humanidad y su planeta Tierra.
Para no meternos en el tema escabroso de los dioses, hablemos de la cultura pop y sus superhéroes -excepto de calcetinconrombosman, of course-, todos los niños quieren ser uno de ellos y aquí esta el error: ningún personaje detrás de los superhombres es feliz. Todos son desdichados, tienen problemas de personalidad y les cuesta mucho trabajo relacionarse con la gente normal, bueno, hasta entre ellos tienen problemas.
Ese es el ejemplo de vida de los niños.
Además hay que sumarle a esto el entorno social, machista, en donde los hombres tienen la fuerza física necesaria, así como el poder económico suficiente para someter a las mujeres con el pretexto de que necesitan de nuestros cuidados siempre, todo el tiempo. Peor aún, las mujeres son objetos que solo sirven para satisfacer nuestro apetito sexual o ser madres de familia atadas a la prole y sus necesidades (de la prole no de ellas).
Todavía en ciertos estratos sociales se acostumbra que los padres orgullosos ellos de sí mismos, lleven a sus hijos varones a que tengan sexo por primera vez y conozcan las artes del amor con una prostituta ¡No mames! Y entonces nos preguntamos por qué chingados los hombres en pleno siglo XXI siguen ejerciendo violencia contra las mujeres.
Es decir a los hombres no nos educan para ser los príncipes azules de los cuentos que les venden a las niñas.
Y aquí entramos con las mujeres cuyo ideal pasa siempre en algún momento de sus vidas por la espera en su torre familiar de cristal, del príncipe azul que no esta siendo preparado para ser príncipe azul de cuento rosa por ninguna sociedad en ningún lugar.
Las mujeres perdieron su derecho a gobernar el mundo porque son víctimas de sus hormonas que además son la causa de los grandes males de la historia -si esa misma historia escrita por hombres-; y al contrario de nosotros son educadas para gobernar su casa, eso sí sin que su marido se entere porque entonces ni ahí.
Sus lecturas son los cuentos clásicos de Disney que convirtieron a las princesas en el sueño americano del éxito y la felicidad, olvidando la verdadera historia: las princesas no se inventaron para ser felices, por el contrario, casi en todas las culturas han cumplido un rol político muy específico como moneda de cambio.
Los propios padres no son capaces de preparar a sus hijas para enfrentarse a un mundo que no es color de rosa y donde convivirán con gente que se comportó como ellos cuando eran jóvenes -quizá se sigan comportando igual- y en muchos casos prefieren asegurarse -según ellos mismos- que el hombre que les toque de pareja seguirá cuidándolas cómo él las cuidaría y les transfiere la responsabilidad de sus cuidados aunque el precio -alto- sea que se las coja. Es decir, en estos tiempos de avances científicos y desarrollo tecnológico sin precedentes, los padres siguen cuidando la virginidad de las niñas al grado de querer controlar su sexualidad con el mismo pretexto con el que han sido sometidas a lo largo de la historia: su propio bienestar. Violencia pues.
Pasa pues que a la hora de juntarse, hombres y mujeres hablamos un idioma distinto, decimos las mismas cosas pero de diferente manera o con diferente significado; entramos en conflicto por que ellas no son las damas en peligro que necesitan de nuestros servicios de superhéroes, entonces mientras nosotros hacemos las cosas que hacemos cuando las hacemos bien, las hacemos por los dos y el mensaje nunca llega de la forma correcta, y cuando las hacemos mal siempre decimos que es por los dos cuando en realidad solo es por uno mismo y en ambos casos siempre somos conscientes; pero tampoco nosotros somos los príncipes azules en blanco corcel que llegan a rescatarlas del diabólico dragón o de la malvada bruja, somos borrrachos o mujeriegos o golpeadores o demasiado egocéntricos, que sin embargo, somos capaces de cambiar por el poder del amor que ustedes nos profesan y luego, nada importa ya, ni siquiera ustedes que pueden aguantarlo todo.
El asunto es que con todo y todo la sociedad ha ido cambiando, lento pero igual ahí la lleva; y cuando las mujeres se van dando cuenta de esto a veces se manifiestan con mucho rencor pero también con mucha incertidumbre y con pasos firmes van ganando terreno en todas las áreas, mientras que los hombres, que no quieren perder los miles de privilegios que a través de los siglos han obtenido, también reaccionan con violencia y se convierte en un diálogo de sordos que no conduce a ningún lado. Olvidamos pues que hombres y mujeres somos complementos, como amigos, como socios, como pareja, y en un mundo violento lo último que podemos permitirnos es perder la razón y destrozarnos los unos a las otras.
Me parece que es muy fácil enseñar a los niños a que no son superhéroes y que las mujeres se pueden cuidar solas y que las niñas no son princesas y que podemos enseñarlas a cuidarse como se les enseña a los niños.
---Alexred--