La vida es una colección de eventos que se suceden tras de sí, se persiguen...
Uno tras otro, personas; amores; enemigos; cuerpos extraños que a veces se empatan, desnudos; sudores que se mezclan entre sí; miradas que se fijan en el horizonte y se encuentran con otras más allá de cualquier pensamiento.
Sonrisas incompletas bajo corazones palpitantes, chorreando sangre, perdidos en la desesperación de esos instantes fugaces en que las ideas, los recuerdos, bajan en tropel y no te dejan dormir.
Más allá del arrebato de la carne se encuentran tus pies tocando tierra firme y después de tomar impulso, vuelas sobre un piso que no te merece, buscando una huella, una pista que te lleve ahí, donde comenzó todo.
Déjame encadenarte, atrapar tu mirada antes de que se fije en el horizonte, se pierda o se encuentre con otra; déjame encapsular tu sonrisa para replicarla todos los días y sentirla vibrar en el templo de tu corazón; quiero beber del cáliz de tu cuerpo, secarte por dentro y volverte a llenar, una y otra y otra vez, hasta que decidas llevarme en el vuelo, contigo.
Te dejaré rezar, te dejaré implorar, pedir por mi alma que poco a poco se funde como acero ardiente sobre los canales de tu cuerpo, erizando cada uno de tus cabellos, electrizando tus nervios.
¡Un grito! ¡Dos gritos! Un tercer grito que se ahoga en el pensamiento -no en el mío, lo tengo claro- mientras te das cuenta que no puedes escapar, que no puedes dormir, que no puedes soñar. Esperas que la vida se extinga como un suspiro suave, largo, profundo. Que tu alma vuele, salga a pasear y se manifieste como el vaho cuando sale de tu cuerpo en un tierra casi congelada; como la neblina que aborda el bosque y se apropia del espacio, como la bruma en el mar que impide ver más allás de las ideas...
Como el contorno titilante de una estrella, la más cercana que podemos ver, así te presentas, así te quedas, así juegas.
Sabes que no hay -que no existe- manera de alcanzarte aunque todos te vean todas las noches.
Somos nuestros propios dioses y luchamos cuerpo a cuerpo por el espacio que queda entre nosotros; a nuestro paso la desolación en la nada, doblemente trágico si consideras que luchas en el éter donde ya nada puedes destruir por que no existe nada más.
Quizá por eso la energía se consume en cada sorbo de café caliente mientras nuestro reflejo se diluye en el espejo de la recámara que nos ha visto nacer infinitas veces...
---Alexred---