No odio a la humanidad, de verdad, sólo a algunos de sus más estúpidamente destacables elementos...
La primera vez que pensé -sentí- esto, fue cuando escuche a uno de mis compañeros de clase decir semejante sandez, propia de un -lo comprendo ahora- adulto de esos que se dicen sensantos, pero además, con una seguridad tal que fue para mi imposible no pensar en la posibilidad de acomodarle un puñetazo en su redonda y rosada cara... tenía yo tan sólo siete años.
Por alguna extraña razón me contuve -y quizá por eso me hubiera hecho acreedor a un premio nacional por mi destacada tolerancia, pero la palabreja en ese entonces estaba en desuso- pero aprendí a sonreír con cierto dejo de sarcasmo lo suficientemente imperceptible como para granjearme la confianza del sujeto, aunque también lo suficientemente sutil como para generar una franca duda sobre tal comentario, en su imaginación.
He aprendido que la vida es muy sencilla y que las mejores cosas se te presentan cuando menos complicaciones le pones, aunque para ello tienes que ejercer el muy difícil arte de utilizar el cerebro en aquella virtud que los científicos dicen no ha sido dada tan sólo al género humano: el de pensar, por eso existe una gra diferencia -me parece- entre ser una persona poco complicada y ser, digamos, simplón.
Es este el tipo de personas que más me parecen detestables. Pareciera como si el sistema las necesitara para funcionar y por eso no sólo las crea, sino que permite su reproducción en masa. Es como si no utilizaran esa parte del cuerpo a la que me referí hace un momento: el cerebro. No he podidio comprender cómo es que le hacen.
Quién no se ha topado con el clásico tipo(a) que cree que necesitas establecer comunicación -así, a fortiori- con alguién, y él -o ella, como dicen ahora que debe usarse para ser política y genéricamente correctos- está dispuesto a resolver esa necesidad que, nunca sobrará decirlo, no es otra que la que ellos mismos se han generado para sí, conscientes o no.
O con aquel otro que no es capaz de decir una sola cosa inteligente... pero no puede tampoco, mantener la boca cerrada; o, de los peores, el que tiene pretextos para todo, excusas que nacen de los profundo de su convicción y que se encuentran a flor de boca, listas para salir disparadas a la menor provocación generando para su creador esa sensación de confort -y hasta triunfo- que da hacerse el estúpido.
Bastante más insufribles son lo que sin tener un atisbo de gracia personal en alguna parte de sus ser, se hacen los chistosos, convencidos ellos plenamente, que han salvado el momento cuando algún otro se ríe, ya por compromiso, ya por complicidad, ya por sufirir de la misma ausencia -materia gris- que el autor del chiste facilón... y malo.
Como dije, desde los siete años comencé a identificar y hacer una especie de tipología de estas personas, la experiencia ha sido devastadora pues he descubierto que son la gran mayoría de los que nos rodean: en el trabajo, en la escuela, en la casa, en la calle, en la tierra ¡En todos lados!
Por eso decidí alejarme de ellos, evitarlos al mismo tiempo que implementaba criterios muy escrupulosos de selección de mis cercanos.
Ahora mismo los veo poco. La verdad es que desde que me encerraron aquí nuestras reuniones son cada vez menos frecuentes y de pronto hasta he olvidado a algunos de ellos...
Empecé solo leyendo uno por curiosidad y termine por leer todos, obteniendo una gran impresión de tal cual poeta escondido. ��
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