lunes, 6 de febrero de 2012

Hola... (de la serie Sueño de una noche de verano)

Todas la conversaciones inician con un saludo.

Es inevitable pues es como una formalidad con la cual se cree que se rompe el hielo, se es educado, o se intenta hacer que nuestro interlocutor nos reciba -por lo menos lo que tenemos que comunicarle- más fácil. De alguna forma esto es cierto, siempre un "Hola" es una buena manera de iniciar una conversación... aunque no necesariamente rompa el hielo.

Yo no puedo evitar decir hola cuando la veo. De hecho, creo que es la única palabra que puedo articular en un primer momento (y nuestra historia está llena de primeros momentos).

Eso me pasó desde la primera vez (éste es un ejemplo de un primer momento, de hecho es el primer momento), al no saber que decirle cuando por fin me decidí a acercarme a ella, sólo alcance a decir "hola" y sonreí. Para mi sorpresa, la respuesta fue otro hola de regreso enmarcado y engalanado por una sonrisa capaz de alumbrar el más obscuro y lejano rincón del universo... y me sigue sucediendo.

Lo siento, pero es una incapacidad a la cual, para no parecer estúpido -o al menos no tanto-, he comenzado a agregar algunos adornos que me permiten no sólo extraer una mejor sonrisa cada vez, sino acceder a ella al punto de casi poder asegurar que no puede sonreír de esa manera para nadie más.

Bueno, cada quien se figura lo que mejor le acomode del cuento -y éste es mi cuento-.

Y es el caso, esa sonrisa es sólo para mi porque va acompañada de un brillo muy singular de sus ojos y de un rubor tan discreto que sólo alguien muy observador podría percibir, incluso hasta sus labios adquieren un ligero tono de carmín que hace juego perfecto con la luminosidad de sus ojos y el cando de sus mejillas.

La estrategia pues, ha sido casi un éxito. Y digo casi porque si bien he logrado acercarme tanto que el otro día sólo medio la interrumpió -su sonrisa- para aceptar un largo y profundo beso que le robé en un arranque de valor sacado de... mmmmmm, la verdad no sé de dónde, también es cierto que no he podido atraerla a mi órbita lo suficiente como para que decida no irse más, entonces cada día sigo conversando con ella e iniciando mi plática con ese hola que sí ha "roto el hielo", adornado con diferentes miradas, abrazos, besos, palabras y cosas que permiten continuar una conversación interrumpida tan sólo por la distancia.

El objetivo es impedir que acabe como todas las conversaciones que terminan siempre igual... con una despedida.

Y dicen que las despedidas son muy tristes.

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