viernes, 7 de julio de 2017

Efímero... (De la serie Los Años Maravillosos)

El secreto estaba en su sonrisa, María tenía una sonrisa capaz de iluminar el mundo, sonreía mucho, sonreía todo el tiempo y cada que lo hacía su piel, su boca y sus ojos brillaban con una sincronicidad admirable. Eso fue lo que me atrapó como un pez que muerde el anzuelo preparado con tanto esmero por el pescador, no tenía forma de escapar, no quería escapar.

Yo irrumpí intempestivamente en su vida, no le di oportunidad de que dudara, sabía que si actuaba rápido y con determinación lograría atraerla a mi órbita. Entonces la besé y supe que estaríamos juntos aunque ella opusiera resistencia -como lo hizo-, por eso no podía dejar de sorprenderme cuando veía su cuerpo descansando a mi lado por la mañana, con el reflejo en su cara de esa paz interior que solo se manifiesta cuando nos sentimos seguros o enamorados o ambos. 

Todas las noches antes de acostarnos se fumaba un cigarro y me hablaba sobre su día, me preguntaba sobre cosas que ella no entendía y me enseñaba otras sobre lo que hacía, lo que había aprendido no sólo en su vida antes de mi, sino también en otras vidas.

Me mostró paisajes, ciudades; me enseñó artes; a través de sus recuerdos pude conocer lugares remotos, pasajes de historia, música, pintura. Juntos recorrimos pueblos cercanos y todas las noches teníamos sexo del que te transporta a otra dimensión. Las tardes de domingo íbamos al café del parque y discutíamos de política, de historia; a veces solo conversamos sobre nuestro pasado. La vida parecía otra entonces, ahora estábamos juntos.

Cuando íbamos a algún lugar todo salía bien, como si el universo se acomodara y pusiera desde los semáforos en verde hasta el dinero en la cartera o en su bolso como por generación espontánea. Cuando llegábamos a alguna fiesta o reunión de pronto toda la atención se concentraba en nosotros: brillábamos juntos.

Nos mudamos al penthouse de la plaza principal, ahí tomó como lienzo la pared y dibujó un mural cuya imagen se convirtió en el símbolo de nuestra relación; también ahí mandé hacer un librero que abarcaba toda una pared de la sala; conjugamos nuestros libros. Paseábamos desnudos por el departamento y armábamos rompecabezas o cocinábamos mientras veíamos alguna película o serie o poníamos un poco de orden en aquel lugar. Las noches después del trabajo nos sentábamos en los sillones que yo había diseñado y leía en voz alta, cuentos cortos, novelas románticas, o escuchábamos música, desde el sonido de las guitarras en el metal hasta las historias de la salsa y su ritmo, de Vivaldi a los Rolling Stones, de Paquito de Rivera a Pedro Infante... de todo. 

Nunca fui tan productivo como entonces, escribía para la revista cada vez más cosas y al mismo tiempo alimentaba mi blog mientras terminaba el posgrado. Hasta la fecha no sé como me daba tiempo hasta para salir a correr por las mañanas y jugar fútbol una vez por semana.

Así yo en aquel tiempo.

Un día se fue.

Nunca le gustó la idea de que nuestra relación pudiera acabar, así que decidió partir en el momento en el que mejor nos encontrábamos; prefirió sufrir por nuestra ausencia mutua cuando ya nos amábamos lo suficiente como para trascender,  como para no olvidarnos, como para haber dejado una huella en el alma de esas que parecen inscritas con una barra de hierro al rojo vivo, que sufrir la incertidumbre y decepción de un desamor que decía, tarde o temprano iba a llegar, pero que yo no veía por ninguna parte.

De un día para otro tuvimos que dejar el mural atrás y las tardes de música se acabaron, ella se fue con todo y esa sonrisa que podía deslumbrarme; pero no me dejó en la oscuridad, me gusta pensar que su paso por mi vida era importante para abrir el camino de lo que vendría después, aunque a veces pienso que cambiaría todo esto por su presencia.

Nunca más supe de ella pero también me gusta pensar que una vez al mes miramos al cielo al mismo tiempo.

Así sea.

---Alexred---



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