miércoles, 11 de julio de 2018

Espiral sin fin... (de la serie Misantropías pasajeras)

La soledad es canija, pero más soy yo.

Después de que mis amigos salieron de la prepa para entrar a la universidad ya que eran más grandes, yo daba vueltas por la escuela y sus alrededores solo. 

Así había sido antes de ellos. Sólo así podía ser. Sólo así K y S pudieron reclutarme y sólo así pude conocerlos a ellos: solo. Recuerdo perfectamente como después de deambular y pasar por diferentes grupos en mis horas libres, llegaba directo a las jardineras del patio principal a escuchar música o a leer o permanecer en estado contemplativo recargado en el pilar afuera del gimnasio dónde ellas me encontraban regularmente. Como no tenía nada mejor que hacer ocupé entonces mi tiempo con dos niñas muy bonitas que además de sus besos me brindaron la oportunidad de conocer a las personas que me han acompañado durante todo este viaje; pero esa es otra historia.

Volvamos pues. Esa sensación me ha acompañado a lo largo de mi vida. La universidad fue particularmente dura. Al final hice buenos amigos pero fue muy dura, como si a todos nos hubieran dicho al mismo tiempo que en la universidad sólo había que competir; y así lo hicimos, nos destrozamos entre nosotros como para ver en quién podíamos confiar y después destrozamos a los demás. 

La cosa es que ese mismo sentimiento me abrazó la primera mañana que desperté solo en mi primer departamento una vez que decidí salir de casa de mi mamá. Lo curioso fue que no me dio miedo, al contrario, me aferré a él; como con gusto; como si abrazándolo pudiera evitar que me consumiera, como si al hacerlo estuviera vistiendo una armadura para protegerme de los putazos que siguieron. 

Lo que no te mata te hace más fuerte, pero te va arrancando pedazos del alma que es lo mismo que morir de a poquito en poquito. Al menos a mí me había estado matando así, una por una las múltiples vidas de gato, de los como cinco gatos de las que se compone mi alma.

Por eso cuando CL me dejó, administré -más bien prorrateé- el dolor. Por eso, cuando M me llevó al límite de la solitaria obscuridad -o mejor dicho de la obscura soledad- ya estaba lo suficientemente curtido para defender mis vidas; para jugarlas y solo permitir que me raspara dos, quizá tres, pero no perder ninguna. Por eso cuando en mi propia casa fui ignorado por C pude sobrevivir al vació de esa soledad pinche que sientes cuando se supone que no estas solo.

Exacto. Nunca estás más solo que cuando se supone que estás acompañado. Y es simple, porque sin acompañamiento estás alerta todo el tiempo, total, ya sabes que vas solo. Pero cuando vas acompañado en el camino pero en realidad no eres ni siquiera menos que importante, tienes que cuidarte de la jungla que te rodea y de la fiera que te está ignorando y eso es peor porque se supone que vas acompañado.

Al final me quedo yo para mí; y me quedan mis palabras y este maldito y necio temple que se ha forjado a partir de la administración de mis vidas de gato (de como cinco gatos); que aún cuando están "cascadas" dejé de perderlas.

Como escribió Lope de Vega: "a mis soledades voy,/de mis soledades vengo,/porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos", que puedo perfectamente convertir en palabras con la firme intención de dejar el rastro de una vida que he disfrutado -y lo sigo haciendo- al máximo, aunque como en una espiral sin fin (bendita dialéctica) signifique probar la amarga soledad de mi consciencia inmediatamente después de pasar por el dulce sabor de mi triunfo personal.

---Alexred---



2 comentarios:

  1. Creo que pasar por un rudo entrenamiento te hace disfrutar al máximo de las cosas buenas de la vida.

    ResponderEliminar
  2. Si, disfruta las cosas buenas de la vida

    ResponderEliminar