Apenas, en la última entrada de este blog (aquí pues) escribí sobre la experiencia de (casi) morir y la nada que la acompaña; esa oscuridad y silencio que siguen al acto de estirar la pata.
Sin embargo, me quedé con un saborcito de boca agrio después de que un gran amigo me escribió:
"Ya me lo eché, y qué crees Carnal yo si ví mi vida en fracciones de segundo cuando iba a morir ahogado, pero esos temas son muy subjetivos, lo único que sé es que a Dios gracias aquí seguimos cumpliendo nuestro objetivo de vida y la hora de dejar este mundo terrenal pasará cuanto tenga que pasar..."
No he platicado con él para saber el momento exacto de su visión, si fue antes de perder el conocimiento, lo que significaría que su visión fue parte de eso que antecede a la muerte y llamé accesorio; o si además pasó por un proceso de reanimación y fue antes de, digamos, regresar, donde se le presentó la película de su vida.
Y entonces, sí hubo algo: una manifestación del subconsciente o algo parecido.
Pero, me parece querida lectrora, querido lector, no una señal que nos indicara que hay algo más allá: un camino, una luz o un destino final. Sigo pensando que solo hay oscuridad... y silencio.
No obstante, estas manifestaciones del subconsciente que se niega a dormir, yo también las he vivido.
Les cuento: Estaba yo en el segundo año de preparatoria, al final del año de 1995. Había pasado la tarde en casa de mi amiga F, en el oriente de la ciudad, y me fui de ahí rumbo a casa de mi amigo JC -que, por cierto, fue quien me escribió el mensaje que reporduzco líneas arriba-; y de ahí nos iriamos a casa de las novias, -como nota al pie: eran hermanas- para, finalmente, irnos de fiesta pues viernes.
Cosas de la conectividad en el entonces DFectuoso, un viaje de un camión y un pesero me llevaba de casa de mi amiga a casa de mi amigo.
El punto es que no llegué a este último destino. Básicamente porque me atropellaron justo en el transbordo...
Sí, me atropellaron.
Un camión de una y media tonelada que venía de la Central de Abasto me empujó y afortunadamente caí sobre la banqueta, sino, estoy seguro, el conductor se hubiera regresado a rematarme; ya ven que en México se dice que sale más barato un muerto que un herido -creencias de gente pendeja *dijo la señora-.
En fin, lo que recuerdo es que me bajé del primer camión en la parada correspondiente, una glorieta en avenida Año de Juárez, en la orilla del mero corazón de Iztapalapa; atravesé la primera parte de la glorieta caminando, normal, y en el segundo tramo, para alcanzar el segundo transporte, se me ocurrió por la prisa, atravesarlo en diagonal y ahí alguien alcanzó a gritarme "¡cuidado!"; yo volteó a ver y ya tenía el camión encima, pero haciendo gala de unos buenos reflejos, alcancé a dar un salto para atrás y, como basquetbolista, profesional crucé los brazos sobre el pecho y me preparé para recibir el golpe. El camión me alcanzó a pegar con la esquina del cofre -gracias al salto pro- pero no me libré del espejo, que generalmente esta muy despegado de la puerta para sortear la caja de carga. Éste me golpeó en el brazo y en la cabeza y, supongo, fue el que me empujó hacía donde terminé tirado, ensangrentado y madreado, en medio del camellón.
Lo curioso es que lo recuerdo así por el registro hecho por mi subconsciente.
Me explico. Todo lo que les describí estuvo antecedido por una discusión con mi amiga F (que en la realidad no hubo), el trayecto completo y, cuando recibí el golpe en la cabeza, desperté tirado y con la vista empañada por la sangre. Una vez que pude enfocar lo suficientemente bien para ver la calle en la que me encontraba, traté de levantarme y en ese momento una señora me dijo que no lo hiciera, que ya había llamado a mi casa y que ya venían a auxiliarme.
¡No mames! ¿Cómo así? Si no llevaba ninguna identificación -la semana anterior me habían asaltado, si ya sé, mucho drama y un toque (toquesote) de mala fortuna-.
Le pregunté de mi ronco y puteado pecho: -¡ah chinga! y quién le de dio mi número. La respuesta - Tú, te pregunté y me dijiste este número 656... ¿sí es ese?- preguntó.
Y yo otra vez así de: ¡no mames..! Respondí -Sí, sí es.
Es decir, yo atropellado, mayugado y herido, mientras soñaba que me peleaba con mi amiga F y recreaba el accidente, le recité a pregunta expresa mi nombre, el de mi madre y mi número de teléfono; y esto es algo que no tengo registrado en mi memoria.
Mi cuerpo puteado y mi mente trabajando a mil por hora; vamos, que alguien tenía que responder ante la emergencia.
Así que otra vez, no morí, no sé si estuve cerca; pero sí sé que estuve inconsciente y que mi mente no se detuvo a pesar del madrazo.
Punto para la oscuridad y el silencio que -parece- sobreviene a la hora de morir.
Ustedes ¿que opinan?
---Alexred---