La primera vez que perdí a una mascota -y me refiero conscientemente pues hay una historia muy famosa en mi familia de cuando se murió un pollito en mis manos, de la cual no recuerdo nada- tenía yo alrededor de 6 años. Era una hermoso boxer cachorro que le habían regalado a mi papá, recuerdo que era una bala, muy cariñoso y se llamaba King.
Ese perro sufría -ahora lo sé-, porque además de que vivíamos en un departamento de interés social de 75 metros cuadrados, mi papá le mandaba señales contradictorias todo el tiempo: un día podía amanecer escondido entre las sábanas en la cama de mis padres y por la tarde sufría la educación de quién no sabe -también ahora lo sé- tratar a las mascotas, es decir, recibir cinturonazos por haber hecho alguna travesura.
Al final, dado que el departamento era demasiado pequeño para el King y mis padres claudicaron en su educación, decidieron regalarlo, nunca supimos ni mi hermano ni yo dónde o con quién y tuvimos que conformarnos con la historia de que el cachorro que había iluminado nuestras vidas (en el sentido de la experiencia que da el tratar con animales -también esto ahora lo sé-) había llegado a un mejor lugar -lo que sea que eso signifique-.
Para compensar nuestra pérdida nos regalaron un par de tortugas que murieron de inanición después de unas vacaciones largas. Triste fin de las pequeñas y de la oportunidad de tener animales en casa. No así de las ganas, en cada oportunidad intentábamos meter a casa gatos y perros. Nunca tuvimos suerte y sí la negativa rotunda de nuestra madre que ya adivinaba la carga extra de trabajo en casa que sumaría la llegada de una mascota (también ahora lo sé y lo comprendo, aunque no lo acepto).
Con el tiempo la falta de contacto con los animales te hace no sentir la necesidad de tener a uno, incluso se te pega ese mal de adulto amargado que ve en las mascotas una carga y no la oportunidad de ser más humano.
Con el tiempo eso cambió; a pesar de mi negativa, un día -cosas curiosas de la vida- mi madre llegó a la casa con una perrita faldera, rara mezcla de french mini con maltés, negra como la noche y con los mejores modales que haya visto en un animal, esto incluye, claro, a los humanos. La perrita no tardó en ganarse el cariño de la familia y fue trasladada a la casa de las abuelas en Cuautla para que se hiciera novia del perrito de mi abuela, un hermoso french hijo de padres con pedigree y esas cosas raras. Fue amor a primera vista, de esa unión nacieron tres hermosas cachorras, en casa de mi madre, la misma donde 18 años atrás no se permitían mascotas.
Fue entonces que redescubrí mi amor hacia los animales, la idea de mi mamá era regalarlas a las tres, pero me opuse terminantemente y en la negociación logré primero que nos quedáramos con una (la Piyuya) luego con otra que además me había robado el corazón (la Muñeca) y, ante la imposibilidad de tener a las tres, dado el espacio -el mismo departamento de 75 m2- logré acomodar a la otra en casa de mi novia -dicho sea de paso de esas novias importantes en la vida-, debo reconocer que días después me arrepentí pero al final la perrita se quedó en muy buenas manos, aunque años más tarde -no muchos- ya no supe más ni de la perrita, ni de la familia de mi novia, ni de la novia.
Lejos de ver en estos cachorros una carga, nos dedicamos a cuidarlas, de pronto me encontré con la responsabilidad de cuidar perritos que te esperan para que juegues con ellos y los estés todo el tiempo acicalando.
Un día, de esos en los que pasan una serie de acontecimientos extraños, los padres de estas cachorras murieron en circunstancias extrañas, en casa de las abuelas; ante la tristeza de esta pérdida, mi abuela me llamó para que les llevará a mis dos perritas a que le hicieran compañía, cosa que además me cayó muy bien dado que yo acababa de salir de casa y en el cuchitril al que me fui a meter no aceptaban mascotas.
La casa de mis abuelas era muy grande y tenía mucho espacio para los hermosos animales, que dicho sea de paso siempre estuvieron acompañados de gallinas, gallos, polluelos, pájaros y hasta un pavo real -que un día tuve que perseguir porque voló a varias cuadras de distancia- y alguna vez un borrego.
Como las abuelas eran muy queridas y todos en la (numerosa) familia sabían el sufrimiento por el que pasaron cuando murieron los dos perros en circunstancias extrañas, un par de meses después de que recibieron a mis cachorras alguno de mis tíos les regaló un french macho que se convirtió en el novio de la Piyuya y la Muñeca.
Con el tiempo la Muñeca se convirtió en la acompañante de mi bisabuela y la Piyuya quedó preñada y dio a luz a dos hermosas cachorras... (Continuará)
---Alexred---
Y la parte II?
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