Fue amor a primera vista... y como siempre que pasa, no lo supe hasta después.
Siempre tuve la impresión de que su llegada impuesta a mi vida obedeció a la necesidad de mi entonces amada pareja de entretenerme y que gastara la energía que me trajeron los treintas.
Como haya sido, este cliché que cuentan que las mascotas son las que te eligen y no tú a ellas, lo pude constatar personalmente; si me permiten, les cuento:
Después de una larga deliberación acerca de tener mascotas, específicamente perros, y decidir cuál, buscamos y buscamos, visitamos casas, eventos de adopción, investigamos de criaderos, de varias opciones, al final, ella se decidió por un schanuzer gigante, yo ni siquiera sabía que existían; es más, ni siquiera sabía cómo le ibamos a hacer, pero era un deseo de una mujer a la que amé profundamente y no tenía, ni quería tener, objeción ante su deseo.
Es increíble como la vida acomoda las cosas. Envueltos en ese brillo del que ya he platicado, resulta que a un par de cuadras de la casa, había una pareja de esa raza que justo tenía dos meses y medio de haber parido a una camada de 10 cachorros. Para cuando fui con mi ex cuñada a verlos, quedaban tres: dos machos y una hembra.
Los cachorros -que ya para ese entonces tenían el tamaño y el peso de un perro mediano- se encontraban en una terraza, sin mucho contacto con el exterior -me refiero a la calle- por aquello de las enfermedades, sin bañar y peludos. Su padre era una cosa maravillosa, imponente por sí solo, su madre era esbelta, obediente y ambos realmente hermosos.
Les digo que fue amor a primera vista. En cuanto entré la cachorra se fue sobre mí, recuerdo que me ensució el pantalón y me lo dejó apestoso; me incomodé, sin embargo, fue el ejemplar que más me gustó. Después de un extenso interrogatorio a los dueños y, por supuesto, de la respectiva llamada para solicitar el visto bueno de la pareja y del costo de la cachorra, cerramos el trato y quedamos de pasar en la noche por ella.
Cuando pasé por ella, me recibío el padre, llegó a olerme la mano como para asegurarse que su bebé quedaba en buenas manos. A partir de ahí comenzó una historia que cambiaría mi vida, cómo la percibo, cómo la vivo.
Le pusimos Iuna, un nombre que resultó por demás original; y eso que fue un error, pero cuando nos dimos cuenta ya respondía cuando le llamábamos.
Toda una aventura, los schnauzer gigantes tienen un temperamento de la chingada, hay que trabajar mucho con ellos. Iuna no fue la excepción, al principio, eramos dos bestias peleando, ella queriendo imponerse y yo poniéndola en su lugar. Imaginen que en el proceso de enseñarle donde hacer pipí, y antes de su primera salida, se paró sobre la ventana que daba a la calle, me volteó a ver y una vez que obtuvo mi atención, viéndome a los ojos se orinó... así de cabrona era.
La novia decía que me miraba con ojos de novia enamorada.
La vi crecer, la alimentaba para que creciera enorme, no gorda, enorme, y por fin nos recomendaron un lugar donde nos enseñarían -a todos, perra y humanos- a convivir.
Eso fue después de recibir la sala que habíamos mandado hacer, la cual llego un par de semanas después que mi cachorra. Aún tengo la sala mordida.
Iuna conoció todos los parques de la CDMX donde se llevaban perros, tuvo amigos de todas las razas y nos dio la oportunidad de conocer gente interesante. Los domingos la llevábamos a Ciudad Universitaria donde podía correr y jugar con más animales, por supuesto, perseguir ardillas. Saliamos a caminar, me acompañaba a patinar.
Una noche se enfermó, en ese entonces tenía prohibido subir a la cama o dormir en nuestra recámara, no notamos que sentía mal, y nos fuimos a dormir; como a las dos de la mañana rascó la puerta y mordió un juguete que hacía un sonido; así fue como nos dimos cuenta que nos avisaba que no estaba bien. Y en efecto, traía una fiebre tan alta que nos espantó; tuvimos que llamar a su veterinaria para que nos dijera que hacer.
Fue muy divertido verla cuando se enteró de que no era la única mascota en la familia; por ese entonces me acompañaba Camila; y cuando llegó Mandarina, su hermana -literal-, se encargo de cuidarla tanto como la molestaba, pero hicieron un gran equipo. También fue muy divertido el día que se echó un clavado al costal de comida, era una bola como de caricatura, se tardó tres días en digerir todo lo que se tragó.
Cuando llegó El Viejo Sam lo cuidaba desde lejos, como aceptándolo en la manada, pero condicionando su cariño, se lo tenía que ganar. La ví poniéndolo en su lugar. Era impresionante verla someter a un perro como el Sam, o ladrarle a alguien por cuidarme. Por eso fue muy significativo verla resguardarse tras de mis piernas, aquella vez que la aventó un carro, cuando todavía se escapaba de mí como queriendo mantener esa rebeldía propia de la raza y de su carácter, se espantó mucho, no volvió a querer huir.
Es increíble como un perro de ese tamaño puede ser tan tierno. Se me acercaba y me besaba cuando estaba yo triste, o se echaba ahí conmigo, cerca; siempre que podía buscaba la manera de ser apapachada.
Siempre me imaginé caminando con Iuna vieja, no fue así. Por circunstancias extrañas Iuna ha muerto.
Hoy me encontré la última foto que le tomé. Prácticamente murió en mis brazos, tenía siete años. Apenas tuve la oportunidad de agradecer su presencia en mi vida, todo lo que me enseñó y todo lo que me dio.
¿De que magnitud es el dolor? La respuesta es: Siempre que me preguntan si vivo solo, les respondo que no, que vivo con mis tres schnauzers gigantes. Y hoy la jefa de la manada ya no está. De ese tamaño.
Adiós pues querida Iuna, gracias por el amor que me diste desde la primera vez.
Con amor...
---Alexred---
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