Generalmente romantizamos los trabajos que te mantienen de viaje. Y no me quejo, solo me gustaría platicarles unas anécdotas que tienen que ver con viajar de trabajo y los placeres que no tiene esta modalidad., por ejemplo dormir o no dormir...
Miren, viaje recientemente a Campeche, una ciudad pequeña pero muy bonita; tiene un gran problema de conectividad aérea, y como en México todas las rutas llevan a la capital del país -Chilangotitán, pues- Campeche solo alacanza un par de vuelos al día quizá tres y no diario; y el vuelo de la mañana es, en serio, de madrugada, a las 6:30 horas. Así que toca ver el amanecer a las 5:40 en la sala de espera. A esto hay que agregar que tienes que llegar al aeropuerto entre 2 y 1.5 horas antes, más los 20 minutos de distancia del centro a la terminal aérea, y como tuvimos una jornada larga de trabajo, en realidad solo te quedaron tres horas de (mal) sueño, y ya te levantas con la maleta casi lista a bañar para salir fresco a las 4 de la mañana.
Y entonces recordé otras ocasiones en las que mal dormí y son dignas de contar.
Comencemos con los antecedentes -y no, no es Mesopotamia-. Recuerdo que los viajes largos en mi adolescencia, los hacía en autobús -porque estudihambre- y me gustaba viajar de noche, para llegar temprano a mi destino y disfrutar lo mejor posible el primer día de estancia. De esta manera hice viajes a Acapulco, en Guerrero, con los amigos, a Ciudad Victoria, Tamaulipas, cuando todavía se podía, a visitar a la familia. También fui a Mérida pero el viaje en camión era de 24 horas.
En viajes en carretera en automóvil, casi siempre si no manejo yo, me duermo -ya desde tiempos remotos, jeje-; ahora, a veces, si me siento con sueño y voy manejando, prefiero hacer una pausa -siesta- de 20 minutos en alguna gasolinera o lugar concurrido.
En los aviones, generalmente siento el cambio de presión una vez que comienza a elevarse y ¡hasta la vista, baby! a-dor-mir.
Esto genera riesgos (o más bien, sopresas): en una ocasión, de regreso de un viaje con mis ahora compadres a Veracruz -y otro wey- viajamos de regreso a CDMX de noche con el objetivo de llegar como a las 4 de la mañana. El camino era por Cumbres de Maltrata -cuando se podía hacer eso- y, de pronto, me desperté a la mitad de un derrapón que nos hizo dar vueltas como trompo, ocasionado por una mancha de aceite en plena bajada.
Imaginenme yo así de ¡nomames!¡nomames!¡no mames!
Afortunadamente no pasó nada más que el susto, entonces, seguí durmiendo.
Otra: hace poco, en un viaje de trabajo, la ruta era del lugar de mi exilio a Saltillo -vía Monterrey porque así es el libre mercado- y de aquí en vez de regresar a mi lugar de origen, directo a Tuxtla Gutiérrez, en el hermoso Chiapas y, ahora sí, de regreso a mi exilio vía CDMX porque ya les he dicho que queda de paso...
El chiste es que, por razones ajenas a mi control (pueden leer y escuchar el chisme completo aquí: y aquí) perdimos el vuelo a Chiapas, entonces decidimos regresar a nuestro origen y el vuelo salía por ahí de las 6 de la mañana siguiente (eran como las 10 de la noche cuando compramos el billete de avión derrotados por nuestra pérdida del vuelo). Ya no se podía ir a ningún lugar, así que decidimos esperar en la sala del aeropuerto, sentaditos en la cafetería que, afortunadamente, no cierra nunca.
No se acaba aquí la historia, y esta parte creo que no la he contado: por fin accedimos a la sala de espera para abordar el avión con suficiente tiempo, nuestro transporte salió puntual y como no había dormido y el cambio de presión en la cabina, a dormir pues, en cuanto despegamos.
Cuando desperté el avión estaba aterrizando en... ¡Huatulco! Otra vez ¡nomames!¡nomames!¡nomames! Nada que ver con nuestro destino.
Que les digo, son los gajes del oficio -y ya hemos platicado de esto-, que se convierten en historías para contar...
A ustedes, ¿les gusta viajar?¿les ha pasado algo extraordinario sobre los viajes?
Les leo...
---Alexred---