Dicen que somos polvo de estrellas, pero esa es una visión muy, muy lejana de nuestos orígenes; y aunque pudiera se cierto, yo diría que más bien somos arena de mar...
Cada vez que estoy frente al mar me siento atraído por su inmensidad, no lo puedo evitar, es hipnótico: su singular sonido, su olor, sus diferentes colores; no necesitas de sirenas para perderte en él.
La vida en este planeta comezó ahí: en los océanos; y aún hoy sigue siendo responsable de ella. Durante siglos ha sido el provedor de alimentos para la raza humana -incluso antes de la invención de la agricultura- y es el productor número uno del oxígeno que nos mantiene vivos -no solo a nosotros-.
Hoy en día, sus profundidades siguen siendo un misterio y continuamente se descubren nuevas -es un decir- especies, milenarias formas de vida que se niegan a desvelarse ante nuestros ojos.
Quizá por eso me atrae más. Nadar en esa inmensidad y saber que hay organismos que pueden ser más grandes, más rápidos, más peligrosos, conviviendo de alguna manera con nosotros, aunque suene a masoquismo puro, no deja de ser un poco encantador.
Desde muy niño conocí el mar y desde entonces he quedado prendido de él -ya antes he platicado de eso-, no de la manera como un marinero que ha decidido vivir del y para el mar. No; más bien de una manera más romántica: mojar los pies con su oleaje mientras se hunden en la arena es una manifestación del subconsciente tratando de establecer contacto con el origen de la vida en la Tierra; nadar en el mar es la representación tangible de nuestro deseo de volver a él.
Por eso hay gente que le tiene miedo, porque siente que si se deja seducir por él, es muy probable que ya no quiera regresar... ni que el propio océano se lo permita.
---Alexred---
No hay comentarios:
Publicar un comentario